Discurso del Mtro. Alberto Irezabal Vilaclara
Orador Invitado a la Ceremonia de Egresados Septiembre 2014
Sábado 27 de septiembre
Estimado Padre Rector,
miembros del presidium, familiares y egresados que hoy reciben su título. Es un
gran honor haber recibido la invitación para acompañarlos en esta ceremonia de
celebración.
Como acaban de mencionarlo
en mi semblanza, yo paso gran parte del
tiempo en Chiapas,
trabajando junto a
amigos y hermanos
indígenas tseltales, de quienes entre las muchas cosas que he aprendido
de su cultura y modo de vida, está el sentido que tiene la fiesta o la
celebración, la cual no sólo es un momento social de festejo sino que tiene un
profundo sentido de agradecimiento,
compromiso y
corresponsabilidad entre los asistentes, la comunidad, su cultura…
Justamente hoy,
en esta ceremonia,
estamos celebrando… Hoy
nos reunimos alumnos, padres de familia, amigos, académicos y personal
de la universidad para reconocer el esfuerzo de los egresados que hoy reciben
su título, que pasaron años estudiando para exámenes, trabajando en equipo y
haciendo entregas (les aseguro a todos los padres de familia que no todo fue
fiesta, sólo lo
mínimo indispensable). Pero también
los reconocemos y agradecemos a ustedes, a las familias,
quienes con su esfuerzo y apoyo hoy posibilitan este espacio para poder recibir
su título.
A
través de los
años de trabajo
en Chiapas he
sido testigo de la
desesperanzadora realidad en la que
vivimos. Una realidad en la que a pesar de que nunca en nuestra historia como
seres humanos hemos tenido tanta
capacidad de innovación
y que hemos generado tanta
riqueza como lo hacemos hoy en
día, no hemos
logrado crear un sistema que
asegure distribuirla de manera justa y equitativa y menos aún, generarla
sin esquemas de exclusión y opresión de las personas o destrucción de la
naturaleza. Esto ha generado que, según datos oficiales de nuestro país, la
mitad de nuestra población viva en
condiciones de pobreza y aproximadamente el 10% en pobreza extrema. ¿Y eso qué
significa? No cabe más que decirles que donde yo trabajo, un municipios de la
selva norte de Chiapas, la esperanza de vida es de aproximadamente 20 años,
debido a la alta mortalidad infantil. Es
más no hace falta más que desplazarnos a 5 minutos en coche al Pueblo de Santa
Fe para ver esta parte de la realidad de nuestro país.
No es fácil ser empático con
esa realidad, parece distante cuando uno se encuentra inmerso en esta burbuja.
Tuve la suerte de conocer el proyecto de economía solidaria impulsado por
tseltales y jesuitas en Chiapas gracias a la Ibero. Fue en una clase de
Ingeniería Industrial, en la que nos ofrecieron ir a hacer una consultoría
técnica sobre el café. Decidí asistir al viaje sólo para conocer la selva, pero
nunca me imaginé que salir brevemente de mi zona de confort, de mi burbuja, me
llevaría a cambiar mi vida para siempre.
En Chiapas no sólo conocí la
selva, sino que descubrí la lucha de muchas personas que todos los días
enfrentan contextos de gran adversidad y que así lo llevan haciendo durante
muchos años. La vocación humanista de mi
formación junto al
trabajo con todos
ellos me enseñó
el sentido del compromiso social, que no es algo que se
hace en el tiempo libre, no es una actividad
secundaria a la vida
cotidiana, si no que a
pesar de cualquier dificultad, puede ser
el hilo conductor de toda una vida.
Justamente en una ceremonia
tseltal en Chiapas, en mis primeros años de voluntario, fue que empecé a
entender esto.
Era la primera vez que
asistía a una asamblea de la cooperativa de café. En medio de la selva, nos
reunimos los productores para discutir puntos como el precio, volumen de café,
acuerdos internos. A mí como voluntario, me tocó ayudar a
armar el orden
del día y
definir los tiempos
de discusión. Empezamos temprano,
como a las 6 de la mañana porque sabíamos que a las 2 de la tarde salían todos
los colectivos hacia las comunidades y era la última oportunidad
para los productores
para regresar a
sus casas. Empezamos construyendo
un altar maya y empezamos con la oración a las cuatro esquinas del mundo, que
son los cuatro puntos cardinales para dar gracias y pedir perdón a la Madre
Tierra. Pero la ceremonia se extendía, y ya llevábamos 2 horas de oración y
todavía no habíamos empezado a hablar de ninguno de los puntos preparados. Yo
me empecé a poner muy nervioso y fue cuando uno de los principales de la
comunidad se acercó y me dijo:
“Tranquilo,
Alberto, tienes que entender que
si nosotros no hacemos esta oración, no tendremos el corazón preparado para
hablar de los puntos que tenemos que atender”
Yo me quedé, helado, me
senté, deje de preocuparme…
¿Tener el corazón preparado
para hablar de esos puntos?
Yo pensé que ése ya venía
listo para tomar decisiones, pero no… Así como hemos ido preparando la cabeza a
través de todos estos años de formación, también el corazón es un músculo que
tenemos que entrenar. Por ejemplo, sentir miedo o sentir amor no se definen en
la cabeza, sino en el corazón, y estos dos sentimientos son fundamentales en
nuestra toma de decisiones.
El sistema en el que vivimos
nos inculca el miedo a no ser exitosos, es un sentimiento que se genera en el
corazón y que muchas veces nos impulsa hacia un tipo de vida en donde el éxito
se mide en términos materiales o de dinero,
basados en un
sistema consumista. Es
fundamental que preparemos
nuestro corazón para dejar de tener miedo y empezar a tomar decisiones por amor, decisiones que les aseguro, en el largo
plazo serán mucho más satisfactorias.
Fue hace
poco, también en una ceremonia
tseltal, que por
fin logré entenderlo. Estábamos
haciendo planeación estratégica
dentro de la cosmovisión tseltal. Se trataba de un
ayuno de 24 horas sin comer ni dormir, en donde
cada 4 horas encenderíamos nuestras candelas para hacer una oración y
discutir cada uno de los acuerdos de la cooperativa. Honestamente yo no entendía
como en esas condiciones, 300 personas íbamos a tener la claridad para definir
nuestro camino y nuestro sueño.
Ninguna de las respuestas
que esperaba que llegaran, llegaron, pero a las 3 de la
mañana, después de más de 20
horas de ceremonia lo
entendí. Estábamos todos
sufriendo el hambre y sueño pero estábamos juntos, no había mestizos
o tseltales, hombres o mujeres, ricos o pobres,
viejos o jóvenes, nos habíamos convertido en un grupo de personas que
decidíamos estar ahí para construir un sueño, una alternativa. Por fin había
entendido el sentido de esa ceremonia y el compromiso que nos otorgaba, la
magia de la solidaridad y la fuerza que tiene la esperanza.
Preparar al corazón y
construir respuestas juntos….
¿Qué significa esta
ceremonia para nosotros? Representamos menos del 1% de los jóvenes de este país
que tiene la oportunidad de una
educación de esta calidad, tanto en lo técnico como en lo humano, tanto para la
cabeza como para el corazón.
Ignacio Ellacuría SJ, rector
de la Universidad Centroamericana, lo dijo hace más de 20 años en el último
discurso que dio antes de su asesinato:
“Lo que queda por hacer es
mucho. Sólo utópica o esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para
intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia,
subvertirla y lanzarla en otra dirección”.
Como egresados de la Ibero,
tenemos que dar el ejemplo.
Tenemos que crear donde no
hay, proponer e innovar con nuevos modelos económicos y políticos que estén basados
en la sustentabilidad.
Tenemos que
ser empáticos y
construir relaciones solidarias
entre las personas y pueblos.
Aprender a confiar, ya que si nuestra confianza es débil, nuestra esperanza
será frágil.
Tenemos que
darle prioridad a la persona,
no permitir que
ésta esté subordinada al capital,
si no que el capital esté al servicio de la persona.
Tenemos que ser puentes
entre las diferentes realidades, diferentes sectores de la población y
derrumbar paradigmas al posicionarnos a favor de aquellos más vulnerables y
excluidos.
Hay que reconocer el
privilegio de estudiar en la Ibero… Somos afortunados y tenemos que ser
agradecidos por eso, pero entender que conlleva una gran responsabilidad.
Yo creo profundamente que
nosotros los jóvenes tenemos que convertirnos en la esperanza para esta época
de desesperanza. Agradecer la alegría que hay en esta celebración y asumir el
compromiso que ésta misma nos otorga.
Hoy que reciben el título,
queda en nuestras manos ser el ejemplo. Ya no somos el futuro, somos el
presente que necesita este país para un futuro más justo, más equitativo, más sustentable. Como jóvenes, en el momento
que nos la creamos, que asumamos este compromiso no sólo podremos transformar
nuestra realidad sino que podremos inspirar a los demás para hacerlo. Como lo
dice parte de la filosofía de nuestra universidad, “ser un fuego que encienda
otros fuegos”.
El Padre Arizmendiarrieta,
inspirador del Grupo Cooperativo Mondragón, lo dijo así: “El
mundo no se
nos ha dado
para contemplarlo, sino
para transformarlo”.
¿Y cómo lo hacemos? Es fácil
decirlo, pero, ¿cómo empezamos?
No es
necesario irse a
al selva para
empezar. Es más,
me gustaría preguntarles a todos
los egresados que hoy reciben su título si creen que con su esfuerzo,
conocimiento, compromiso y corazón pueden crear empresas sociales
y sustentables, promover
diseños interculturales, fomentar
una comunicación
transparente y democrática,
diseñar procesos limpios
y eficientes, proponer estructuras sustentables y sistemas políticos y
educativos más justos. Si lo creen así y quieren sumarse al cambio, por favor
pónganse de pie.
También les
quiero pedir a
todos los miembros
de esta universidad, académicos, profesores, trabajadores
que ya nos han acompañado en este camino
y que creen
en la formación
de personas más integrales para enfrentar este contexto de adversidad,
que nos acompañen una vez más y que se paren, por favor…
Y a las familias y amigos,
que también son parte de este desafío y de quienes necesitaremos tanto su apoyo
y como su entrega para lograr este cambio, que se pongan de pie por favor…
Reconocer quién
está al lado
nuestro, tanto algún
familiar como desconocido,
sabemos que no estamos solos, sino que somos más quienes queremos un mundo
mejor, un mundo más justo y que estamos dispuestos a asumir el compromiso que
tenemos como comunidad Ibero.
Este es el camino de la
esperanza, el camino que construimos todos juntos.
Me gustaría cerrar con las
palabras del Padre Pedro Arrupe, antiguo Superior general de la Compañía de
Jesús: “No me resigno a que, cuando yo
muera, siga el mundo como si no hubiera vivido”.
Les pido un fuerte aplauso
para todos nosotros que como comunidad Ibero hoy asumimos y renovamos ese
compromiso y representar la esperanza que necesitamos.
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